Soy Catedrático acreditado de Literatura, investigador y Secretario del Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra (Pamplona), Secretario del Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA, Madrid / Nueva York) y Vocal de la Junta Directiva de la Asociación de Cervantistas. También correspondiente en España de la Academia Boliviana de la Lengua. Mis principales líneas de investigación se centran en la literatura española del Siglo de Oro: comedia burlesca, autos sacramentales de Calderón, Cervantes y las recreaciones quijotescas y cervantinas, piezas teatrales sobre la guerra de Arauco, etc. También me he interesado por la literatura colonial (en especial la de ámbito chileno), la literatura española moderna y contemporánea (drama histórico y novela histórica del Romanticismo español, novela de la guerra civil, cuento español del siglo XX…) y la historia literaria de Navarra.
Copiaré para hoy, Martes Santo, este soneto que pertenece a Las obras del famoso poeta Gregorio Silvestre, recopiladas y corregidas por diligencia de sus herederos, y de Pedro de Cáceres y Espinosa… Impresas en Lisboa, por Manuel de Lira, a costa de Pedro Flores librero, vénde[n]se en su casa al Peloriño vello, 1592. El texto expresa el deseo de arrepentimiento del hablante lírico (que vive «en tinieblas», «ciego», v. 1), su intención de seguir a Dios; en este sentido, la muerte de Cristo, su sangre derramada, trae la salvaciónal género humano («aquesto es en tu muerte buscar vida», v. 13).
O yo vivo en tinieblas, o estoy ciego, pues ojos tengo, y luz, y claro día: ¿por qué no sigo a Dios, pues Dios me guía con fuerza, con razón, con mando y ruego?
En nombre de Jesús, comienzo luego, enciéndame el ardor en que él ardía; su sangre derramó, salga la mía: responda sangre a sangre y fuego a fuego.
Ven pues a mí, Señor, que ya despierto, aunque este despertar es tu venida, la mano de tu amor es que me hiere.
Conviéneme morir, mas ya estoy muerto, y aquesto es en tu muerte buscar vida, la cual no vivirá quien no muriere[1].
[1] Cito con algún ligero retoque en la puntuación por Roque Esteban Scarpa, Voz celestial de España. Poesía religiosa, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1944, pp. 310-311.
Vaya para este Lunes Santo el soneto «A las llagas de Cristo», de don Francisco de Borja y Aragón, quinto príncipe de Esquilache (¿Nápoles?, c. 1577-Madrid, 1658), que se construye como un apóstrofe al «Eterno Dios» (v. 1), y cuyo sentido general es muy claro: ʻaunque mis pecados fueran incontables (más que los granos de arena de una playa, más que las ondas del mar, más que las lluvias de abril, más que los átomos del aire, más que las estrellas), quedarían perdonados si pudieran pasar el mar Rojo —mar Bermejo, v. 14— que forma la sangre de las llagas —cinco manantiales, v. 13: manos, pies y costado— de Cristoʼ.
Eterno Dios, si mis pecados fueran más que la arena que las ondas bañan, y las del mar, que la codicia engañan, si verse más de las que son pudieran;
más que las lluvias que en abril esperan los tristes campos, que el invierno extrañan, y los átomos leves, que acompañan los rayos que en los montes reverberan;
si a los astros vencieran celestiales en número, partiendo el de infinitos entre ellos, y las causas naturales,
quedaran cancelados y prescritos, si pudieran de cinco manantiales pasar el mar Bermejo mis delitos[1].
[1] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 324 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).
Vaya para este día el soneto «Domingo de Ramos», de Alonso de Bonilla (Baeza, c. 1567-Baeza, 1642), que ilustro con el fresco La entrada en Jerusalén de Giotto di Bondone, escena 26 de su Ciclo de la vida de Cristo en la Cappella degli Scrovegni (Padua).
Más que de su intención, del cielo santo la varonil capacidad movida, del nuevo Rey celebra la venida, formando sendas de uno y otro manto[1];
sirven, desgajan palmas entretanto que la pequeña infancia le apellida[2], porque al compás de la niñez florida, remite el Rey de su alabanza el canto.
No fía de varones la alabanza, que suelen con lancetas de malicia sangrar de su opinión las dignidades[3];
A los niños la deja en confianza el Sol divino de inmortal justicia, porque los niños dicen las verdades[4].
[1]formando sendas de uno y otro manto: «Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino» (Mateo, 21, 8).
[3]suelen con lancetas de malicia / sangrar de su opinión las dignidades: los físicos usaban las lancetas para practicar sangrías a los enfermos, forma curativa usual en la época; aquí se emplea en sentido figurado.
[4]los niños dicen las verdades: «Los niños y los locos dicen las verdades» es refrán conocido. Cito por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, pp. 297-298 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).
«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.» (Juan, 11, 25)
Vaya para hoy, quinto domingo de Cuaresma, sin necesidad de mayor comentario, el poema número 946 del Cancionerode Miguel de Unamuno, fechado el 25 de marzo de 1929. Lo ilustro con La resurrección de Lázaro (1855), de Juan de Barroeta y Anguisolea, que pertenece a los fondos del Museo Nacional del Prado (Madrid).
Lázaro va a remorir y recuerda que tiembla al recordar temblando de que se le pierda el recuerdo de soñar. Lázaro va a remorir; le remuerde el sueño que revivió; es primavera, y el verde reverdeció. Lázaro va a remorir y se olvida del olvido que soñó, la primera, única vida, que vivió. Lázaro tiembla y resiste, ¿volverá a vivir? ¿volverá a temblar? Va a remorir, y va triste, ¿volverá a soñar? ¿volverá a morir? Lázaro va a revivir…[1]
[1] Ver Miguel de Unamuno, Poesía completa, 3. Cancionero, Diario poético (1928-1936), ed. de Ana Suárez Miramón, Madrid, Alianza, 1988, p. 460. Tomo el texto de Egan. Suplemento de literatura del Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, 3, 1951, p. 12.
«El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”. Entonces fui, me lavé y comencé a ver» (Juan, 9, 11)
Vaya para este cuarto domingo de Cuaresma (domingo de Laetare) el poema titulado «Las manos ciegas», de Leopoldo Panero (Astorga, León, 1909-Castrillo de las Piedras, León, 1962). Lo ilustro con «La curación del ciego de nacimiento» (c. 1577) del Greco, cuadro conservado en el Museo Metropolitano de Arte / The Met Fifth Avenue (Nueva York, Estados Unidos[1]).
… y miedos de las noches veladores. (San Juan de la Cruz)
Mi sangre cotidiana como una cruz cansada; mi pureza más dulce resonando te sostiene. Mis manos que trabajan en tu gloria; mi pecho que en tu gloria, Cristo mío, se encierra; mi alma; todo en verdad te conoce pues que vive. ¡Qué soledad más honda das a mi voz y a mi inocencia cuando en medio de la noche tiemblo, libre, escuchando mi vida en la instable tristeza del instante como un ciego que extiende al caminar las manos en la sombra! La vida que me das y me rocías dentro del corazón y me sostienes allí donde no llega más sed que la de amarte la vida que hoy, mañana, me darás, yo la siento sustancia de tu ser, delicia viva como nieve en la mano que se toma. ¡Qué vasto señorío para mi soledad y mi tristeza la noche moja con el pie y el suelo como un ala cansada se recoge! ¡Qué miedo en las estrellas esta dolencia y este sitio del corazón entre la sombra! En verdad pues que vive el hombre se libera de sí mismo para ver tu hermosura y contemplarte allí donde de todo eres dueño y soy libre; donde el amor me hace primera criatura y llega hasta mis labios como el viento la belleza interior de la esperanza. Todo yo, Cristo mío, todo mi corazón sin mengua, entero, virginal y encendido, se reclina en la futura vida como el árbol en la savia se apoya que le nutre y le enflora y verdea. Todo mi corazón, ascua de hombre, inútil sin tu amor, sin ti vacío, en la noche te busca, lo siento que te busca como un ciego que extiende al caminar las manos llenas de anchura y de alegría[2].
[1] Existe otra versión en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde (Alemania).
[2] Tomo el texto de Escorial. Revista de cultura y letras, 25, 1942, pp. 343-344. Forma parte de una «Corona poética de San Juan de la Cruz», que incluye también poemas de Manuel Machado, Gerardo Diego, Adriano del Valle, Luis Felipe Vivanco, Alfonso Moreno y Luis Rosales.
Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: «Dame de beber». (Juan, 4, 7)
Vaya para hoy este soneto del escritor, periodista, político y diplomático mexicano José Tomás de Cuéllar, conocido por el seudónimo Facundo (Ciudad de México, 1830-Ciudad de México, 1894). Pertenece a su poemario Mis primeros versos (1848), que forma la segunda parte del tomo VIII de La linterna mágica (pp. 157-158), una Colección de novelas de costumbres mexicanas, artículos y poesías formada por 24 tomos que Cuéllar fue publicando entre 1889 y 1892.
«Dadme a beber del agua de la vida» dijo Sarai[1] a Cristo allá en Samaria, incrédula tal vez y temeraria. Jesús al ver a la mujer perdida[2]
delante de él con la cabeza erguida cabe el brocal del pozo solitaria, levantó, como losa funeraria, el velo de su historia envilecida.
Tiembla Sarai, espántale la oscura vergonzosa memoria del pasado: «Dadme a beber» —repite, ansiando calma.
Del Redentor escucha la voz pura, y en medio de su lloro acrisolado en aguas de la fe bañó su alma[3].
[1]Sarai: en el cristianismo oriental se denomina a la mujer samaritana Photine, Photini o Photina (Φωτεινή, de φως, ʻla luminosaʼ), transcrito también como Fotina. En cuanto al nombre de Sarai, se encuentra en el Antiguo Testamento, como mujer de Abraham y madre de Isaac. Ignoro de dónde viene el aplicar a la Samaritana el nombre de Sarai, pero tiene cierta tradición en Hispanoamérica: cfr. «Así hablaba Sarai, la bella Samaritana, conocida hasta entonces en Sichar por sus infortunios y por el atractivo de sus gracias, a las que pocos hombres sabían permanecer insensibles» («La Samaritana», en Las mujeres de la Biblia, en El Espectador de México, p. X). La composición «Versos por la Samaritana» del poeta popular chileno Juan Bautista Peralta comienza: «Jesús con mucha dulzura / agua a Sarai le pidió. / Esta todo le negó / según dice la Escritura».
[2]mujer perdida: tradicionalmente, la samaritana está representada como una joven mujer pecadora, que había tenido cinco maridos y que, cuando se encuentra con Jesús en el pozo de Jacob, en Siquem, vivía con un amante (ver Juan, 4, 16-18). De ahí también la indicación del v. 8 «su historia envilecida».
[3] Tomo el texto de Wikisource. Antecede al poema la dedicatoria «A mi querido maestro y amigo don Lorenzo Aduna».
Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo. (Mateo, 17, 5)
El escritor peruano Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo (Lima, 1835-París, 1876) dejó una novela inconclusa, titulada Coralay, redactada en su juventud, y compuso también el dramaAntíoco, que se estrenó en el Teatro Principal de Lima el 24 de marzo de 1877. Como poeta publicó Poesías patrióticas y religiosas (París, A. Laplace, 1862), Poesías varias (París, 1863) y Obras poéticas (1852-1871) (Lima, Imprenta del Universo, de Carlos Prince, 1872). Fue además traductor, sobre todo de los clásicos latinos y los escritores románticos italianos.
Vaya para hoy este soneto suyo dedicado a la Transfiguración del Señor, del que cabe destacar la sonoridad de las rimas agudas.
Ya la gloriosa cumbre del Tabor atrás dejaron los divinos pies; nieve la veste, un astro la faz es que del sol avergüenza el resplandor.
Así, del alto cielo, oh, morador, a la diestra del Padre arder le ves; y los aires Elías y Moisés huellan a un lado y otro del Señor;
mientras yacen por tierra, en ademán de asombro, de pavor y adoración, Pedro, Santiago y el amado Juan.
¡Cuándo, oh, Señor, en la celeste Sión sin velo así mis ojos te verán, si de verte mis ojos dignos son![1]
[1] Tomo el texto de Clemente Althaus, Poesías patrióticas y religiosas, París, A. Laplace, 1862, p. 162.
Este soneto es el segundo texto del díptico titulado «Faut-il sʼabêtir?» de la sección «Variaciones hipotéticas», de Concierto en mí y en vosotros (San Juan de Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 1965). La formulación del primer verso —que, en primera instancia, pudiera resultar sorprendente— va cobrando su verdadero sentido conforme se va desarrollando el soneto. Como comenta Lucía Cotarelo Esteban, en este poema de Gaos —como en los de otros poetas de posguerra— «aflora la necesidad de una esperanza sólida, el deseo fervoroso de una voz paternal, de un abrazo tranquilizador que aplaque en la noche el temor»[1]. Obvio es decir que el hipotexto sobre el que se construye es el famoso soneto anónimo del siglo XVI«No me mueve, mi Dios, para quererte…», una de las grandes cimas de la poesía religiosa española, cuyo primer verso antepone Gaos como lema.
No me mueve, mi Dios, para quererte… Anónimo
No me mueve, mi Dios, para odiarte, el cielo que me tienes escondido ni me mueve el infierno, no temido —¿qué más infierno ya?— para rogarte
que me muevas, Señor. Pon de tu parte lo que puedas, si puedes. Descreído, aunque en la luz te vea, ¿qué sentido pueden tener el sol, la vida, el arte…?
Muéveme, pues, y llámame, aunque quiera mi pensamiento, mi razón ignara no oírte. Dime, oh Dios, que no es quimera
la esperanza, la fe, y aunque así fuera, engáñame —¿no puedes tal vez?— para poder dormir, soñar hasta que muera[2].
[1] Lucía Cotarelo Esteban, «Vivencia nietzscheana de la divinidad en la poesía de posguerra», en Sergio Antoranz López y Sergio Santiago Romero (coords.), La recepción de Nietzsche en España. Literatura y pensamiento, Bern, Peter Lang, 2018, p. 174.
[2] Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 138-139.
Vaya para este Miércoles de Ceniza el poema de Vicente Gaos (Valencia, 1919-Valencia, 1980) titulado «Olvidaos», que pertenece a su libro Mitos para tiempo de incrédulos (Madrid, Ágora, 1964), el cual resultó ganador del Premio Ágora de ese año[1]. El texto no precisa de mayor comento. Señalaré, únicamente, que la formulación del primer verso («Olvida, hombre») vuelve del revés la frase «Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris» (las dos primeras palabras no están en Génesis, 19, 3).
Quia pulvis es et in pulverem reverteris
Olvida, hombre…
Olvida que eres ceniza y has de convertirte en ceniza.
Olvídate de ese miércoles y del in pulverem reverteris.
Pues aunque seas ceniza y polvo, hay vida, amor, belleza en torno.
Es verdad: belleza, amor, vida, fugitivas flores de un día.
Pero flores, sí. Mientras dure la magia cierta de su perfume,
olvídate del polvo y la muerte. Más vale que no recuerdes
lo que con memoria o sin ella llamará algún día a tu puerta.
Ahora ciérrala. Abre el balcón, que te penetre y embriague el sol.
Míralo bien: cierra los párpados, y que el sol te salve del caos.
Al final verás que es lo mismo vivir y morir, el domingo
que el miércoles. Cuando llegue cenicienta y fría la muerte,
acógela conforme, tranquilo, seguro de haber vivido.
Con la memoria de una vida que desoyó la profecía
funeral, que no se perdió en el miedo y duda de Dios.
Cuando sientas el gusto amargo de la ceniza en la boca, trágalo,
apúralo. Al llegar la muerte, abre la puerta y tiéndete, duérmete.
… No recuerdes.
[1] Se publicó también en Cuadernos de Ágora, núms. 83-84, septiembre-octubre de 1963, pp. 25-26. Y está recogido asimismo en Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 90-92, donde se integra en la sección II, «Tema y variaciones de la nada», de Concierto en mí y en vosotros. Aquí, tanto en el lema como en el v. 5 se lee equivocadamente «in pulvis reverterem».
Las comedias burlescas del Siglo de Oro vuelven del revés todos los esquemas vigentes en la Comedia nueva, hasta el punto de dar lugar a un universo completamente degradado, un carnavalesco «mundo al revés» que busca despertar la risa, la carcajada, de un público cortesano[1]. En efecto, no tenemos constancia de que estas piezas se representaran en los corrales: se llevaban a las tablas en escenarios áulicos, delante del rey y de la nobleza, en torno a las festividades de Carnaval y San Juan.
A este corpus que reúne unas 50 comedias —corpus que el Grupo de Investigación Siglo de Oro de la Universidad de Navarra viene editando desde el año 1998[2]— pertenece la comedia burlesca La venida del duque de Guisa con su armada a Castelamar, que se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nazionale di Napoli[3] y ha sido editada modernamente por Antonio Gasparetti (en 1932) y, en fechas más recientes (2007), por Blanca Periñán y Daniela Pierucci[4]. En la firma que figura en su portada parece leerse el nombre de Martín Lozano, personaje al que no podemos asignar datos fidedignos, ignorando incluso si se trata del autor de la obra o bien de un mero copista. Así, Gasparetti escribe:
E in verittà il frontispicio del manoscritto ètalmente maltrattato dai tarli che è assolutamente impossibile leggere il nome con sicurezza. All’esame più accurato non si ricava altro che un Martín abastanza chiaro e poi un L…no, che dai resti più o meno appariscenti delle lettere mancanti si può per ipotesi completare leggendo Lozano. Come il Restori osserva, nei cataloghi dell’ antico teatro spagnolo non si ritrova un tal nome, e nemmeno una commedia che porti il titolo della nostra[5].
[2] Véase la web del proyecto del GRISO. Remito también a los siete volúmenes de Comedias burlescas del Siglo de Oro publicados por GRISO en Iberoamericana / Vervuert entre 1998 y 2011, donde se encuentra la bibliografía actualizada y los estudios más completos acerca de estas obras. Véase también Carlos Mata Induráin (coord.), Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 8. Comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020.
[3] «En volumen sin frontis y truncado, junto con el poema de Gaspar de Sossa “Historia de los tumultos de Nápoles”, Signatura I.E.-8» (Blanca Periñán y Daniela Pierucci, estudio preliminar a Martín Lozano, La venida del Duque de Guisa con su armada a Castelamar, en Comedias burlescas del Siglo de Oro, dir. Ignacio Arellano, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007, tomo VI, p. 465, nota 1). Martín Lozano, Comedia burlesca de la venida del Duque de Guisa con su armada a Castelamar, ed. Antonio Gasparetti, en La spedizione del Duca di Guisa a Castellammare nel 1654 in due antiche commedie espagnuole (Con un testo inedito in appendice), Palermo, Scuola Tip. «Boccone del Povero», 1932, p. 37. Gasparetti describe el manuscrito, dando como signatura «I. E. 38»: «secolo XVII, di fol. 32 numerati modernamente a lapis, di cm. 14 x 20, è in tres jornadas». Es tirada aparte de Antonio Gasparetti, La spedizione del Duca di Guisa a Castellammare nel 1654 in due antiche commedie espagnuole (Con un testo inedito in appendice), Atti della Reale Accademia di Scienze, Lettere e Belle Arti di Palermo, XVIII:III,1932-X, pp. 389-403.
[4] Todas las citas serán por esta última edición (Martín Lozano, La venida del Duque de Guisa con su armada a Castelamar, ed. de Blanca Periñán y Daniela Pierucci, en Comedias burlescas del Siglo de Oro, tomo VI, ed. del GRISO dirigida por Ignacio Arellano, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007, pp. 463-557), con algunos ligeros retoques en la puntuación o acentuación que no consignaré. El texto va precedido por un detallado estudio preliminar y cuenta con una excelente anotación.
[5] En La spedizione del Duca di Guisa a Castellammare nel 1654, p. 37. El crítico siciliano se refiere a él como «un ignoto autore drammatico» (p. 12), el «ignoto autore della “Comedia Burlesca”», etc. Por su parte, Periñán y Pierucci escriben que el manuscrito es una «copia que lleva en la portada una firma cuasi ilegible en la que parece leerse Martín Lozano, autor o copista no identificado hasta el momento» (Periñán y Pierucci, en su edición de La venida del Duque de Guisa, p. 465). En fin, Astrana Marín en su breve trabajo titulado «Dos comedias sobre la expedición del duque de Guisa», habla de «un tal Martín Lozano, que está por identificar» (Luis Astrana Marín, «Dos comedias sobre la expedición del duque de Guisa», en Cervantinas y otros ensayos, Madrid, Afrodisio Aguado, 1944, p. 235).