«El caballero de Dios Ignacio de Loyola» (1923), de Juan Marzal, SJ (3)

A continuación nos encontramos con otra pieza breve dedicada a Ignacio de Loyola: En Azpeitia. Lejos de la carne y sangre. Cuadro dramático, en verso, ambientado en la casa solar de Loyola. La escena primera habla de la recuperación del herido y su valiente actitud ante la dolorosa operación a que se ve sometido: «Non me fagáis reír, porque he cosquillas; / martillad, aserrad, soy de madera» (p. 25), anima a los cirujanos. Un diálogo de los criados de la casa nos informa de la transformación operada en sus costumbres y en su modo de ser: se dice que hay en él algo nuevo, algo divino. En efecto, la luz divina le ha hablado desde los libros piadosos leídos durante su convalecencia: «así su herida abierta / ha sido puerta de oro por do entrara / la luz de Dios en su alma grande y bella» (p. 26). Esas noches en vela, de lectura y meditación, contrastan con otras noches anteriores en que Ignacio se dedicaba a derribar a la ronda nocturna y asaltar huertas. Ignacio ha decidido marcharse y, en el momento de su despedida, bailan en su honor unos ezpatadanzaris azpeitianos; y comenta el Criado 3:

Despedida magnífica a un hidalgo
que las armas por otras armas deja.
Si ha de ausentarse para siempre, lleve
este recuerdo de la amada tierra (p. 26).

La escena segunda nos lo muestra sobre las tablas caminando con cojera, aunque «sin fealdad», se matiza. A través de la conversación-discusión que mantiene con su hermano Martín (quien trata de convencerlo para que se quede y retome la carrera de las armas) nos enteramos de que Ignacio está cansado de perseguir la gloria sin encontrarla nunca, cansado también de sangrientos heroísmos. Ahora le llama una voz interior; sabe que el mundo es mentira y vanidad. Ignacio confiesa a su hermano que no abandona las armas, sino que las cambia: usará la cruz en vez de la espada, el estandarte de la fe de Cristo en vez de la lanza. Es consciente de que el Rey del Cielo y el rey de los abismos luchan por las almas de los vivos:

Y yo deseo bajo la bandera
azul del Rey divino
combatir sin descanso: esa es mi gloria,
porque es un Rey eterno y no un rey mísero (p. 28).

Albert Chevallier-Tayler, San Ignacio convaleciente en Loyola
Albert Chevallier-Tayler, San Ignacio convaleciente en Loyola

Comenta que ha licenciado su mesnada: «Fijos / guardaré en mi memoria vuestros nombres, / y este valle, esos montes y ese río» (p. 28). Los versolaris lanzan un vítor al capitán Loyola y, tras el baile, Ignacio pasa bajo el arco de honor de las espadas. Tras la danza vasca, que le ha conmovido, ahora quiere recompensar a los amigos con «la sagardúa [la sidra] y el cordero» (p. 28). Es, en efecto, un día placentero para Ignacio en el que muestra su cariño sincero a los criados de su casa. Confía en que, con la ayuda del Señor, podrá añadir un nuevo cuartel al escudo familiar, «y he de honrarle, venciéndome a mí mismo» (p. 29). Jura por su honor guardar su inmaculado brillo y decide marchar hacia Nájera. Sabe que de su camino cuidará Dios: es una nave sin rumbo fijo, pero con una luz viva en el corazón, «tan viva / que es una estrella que prendió Dios mismo» (p. 29). Su amigo Arregui le pregunta por «aquella dama / tan cristiana, tan fiel» que amaba (p. 29), y esto es lo que Ignacio le responde:

                                   Dios ha querido
que otro más alto amor mi mente ocupe;
Dios lo ha dispuesto así, sea bendito.
Ya es nada para mí todo lo humano;
y es un dolor de amor mi sacrificio.
Sea feliz si el sacrificio acata (p. 29).

Y con estas otras palabras comenta luego su disposición y su ánimo:

Ya estoy en pie, para partir dispuesto,
firme la voluntad, la espada al cinto.
Si Dios me quiere hacer su caballero,
tendré por campo el mundo, aquí el castillo;
y he de volver vencido o victorioso
cual caballero andante a lo divino (p. 30).

La escena y el cuadro se rematan con unas palabras del Criado 3[1], quien bendice a Dios por elegir las almas más puras para su imperio[2].


[1] Una nota incluida en la p. 30 reza así: «El autor de este cuadro es mi estimado discípulo Enrique Gabriel Vanasco. Su buen gusto y el estudio que hizo de San Ignacio lograron interesar a los actores y al público. Desde estas páginas le damos las gracias». Esta indicación —y otras similares que aparecen luego— parece indicar que Marzal, además de autor de algunas de las piezas, fue también en parte recopilador y editor de otros materiales ajenos. En cualquier caso, debemos suponer que, en aquellas piezas donde no se especifica nada —que son la mayoría—, la autoría de los textos es suya.

[2] Para más detalles remito a María Ángeles Lluch Villalba y Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola en el teatro español del siglo XX: El caballero de Dios Ignacio de Loyola (1923) de Juan Marzal, SI y El capitán de sí mismo (1950) de Manuel Iribarren», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 315-337. Sobre el tratamiento literario del santo en los siglos XVI y XVII, puede verse Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola, entre historia y literatura (I). El Siglo de Oro», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 145-176.

Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón: etimologías

Un recurso bastante utilizado en los autos sacramentales es el de las etimologías, cuyo empleo a veces no es un mero adorno, sino que puede alcanzar pleno valor dramático[1]. En estos autos marianos encontramos bastantes[2]; algunas están relacionadas, como es lógico, con la Virgen: Abigail ‘la madre de la alegría’ (FC, p. 640a)[3], Ruth ‘la harta, la llena’ y por extensión ‘la gracia’ (ER, p. 1093b), Jael ‘la que asciende’ (QH, p. 661b) o María ‘Gracia’ (OM, p. 1033b y MC, p. 1137a), aunque hay muchas más.

Antonio Molinari, David y Abigail
Antonio Molinari, David y Abigail

Así, otras etimologías o juegos con los nombres propios son los siguientes: en FC, David ‘amado’ (p. 639b); Nabal ‘insulso e ignorante’ (pp. 640a y 651a); en PS, Cherube ‘plenitud de Ciencias’ (p. 801a); Calvario, es decir, Gólgota ‘Calavera’, (p. 801b); Abrán ‘Padre excelso’, o Abrahán ‘Padre de la muchedumbre’ y Sara / Sarra ‘Señora, o Señora de los Perfumes’ (p. 802a); Isaac ‘risa’ (p. 802a); Rebeca ‘fecundidad’ (p. 811b); Batuel ‘filiación de Dios’ (p. 881b); Eliazer ‘favor y ayuda de Dios’ (p. 806b); en ER, Joseph que significa ‘aumento’ (p. 1091a); Belén ‘Casa de Pan’ (pp. 1092a y 1093a); Noemí ‘amarga hermosura’ (pp. 1092a y 1093a), o bien, ‘la hermosa y la amarga’ (pp. 1096b y 1102b); Booz es ‘Padre de Familias’ y ‘Fortaleza’ (p. 1093b, esto es, Dios); en QH, Heber ‘hebreo’; Sísara ‘el que ve al ave que pasa’; Débora ‘sacerdotisa’ y ‘artificiosa abeja’ (p. 665b); Barac ‘rayo’ (pp. 666b y 671b); Belén ‘Casa de Trigo’ (p. 676b); en CA, aparte del juego que ofrece la palabra Almudén, la única etimología es la de Madrid, en la forma, Maderit ‘Madre de las Ciencias’ (p. 568b). Esta etimología se repite en la loa de OM, donde se interpreta Madrid como ‘Madre de Ciencias’ y ‘Ciudad del Sol’ (p. 1013a-b); Ana ‘gracia’ (p. 1033b), lo mismo que Juan (p. 1036b). También aquí se juega con Almudena ‘Casa de Trigo’ (p. 1016b). En MC, Gabriel significa ‘fortaleza de Dios’ (p. 1144b).


[1] Cfr. el trabajo de Dominique Reyre «Hacia una interpretación del elemento lingüístico hebreo en los autos sacramentales de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 403-416. Y también su monografía Lo hebreo en los autos sacramentales de Calderón, Pamplona / Kassel, Universidad de Navarra / Edition Reichenberger, 1998.

[2] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 253-287.

[3] Todas las citas corresponden a Pedro Calderón de la Barca, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, ed. de Ángel Valbuena Prat, 2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991. En lo que sigue emplearé las abreviaturas de las Concordancias de Flasche: HV(=La Hidalga del valle), MC (=A María el corazón), ER (=Las espigas de Ruth), QH (=¿Quién hallará mujer fuerte?),FC (=La primer Flor del Carmelo), PS (Primero y segundo Isaac), CA (=El cubo de la Almudena) y OM (=Las Órdenes Militares).

«El caballero de Dios Ignacio de Loyola» (1923), de Juan Marzal, SJ (2)

La primera parte del libro incluye los sucesos de la vida de Ignacio de Loyola que van «De Pamplona a Monserrate»[1]. Se abre con un «Prólogo»[2], en el que se compara a Ignacio con don Quijote (se dice que enderezó entuertos como el buen Quijano) y se nos da una descripción de él como galán y pendenciero, hasta que se convierte en «caballero nuevo de nueva cruzada» y viste el arnés de pobre de Cristo. Copio la primera estrofa de este prólogo, que servirá para que nos hagamos una idea del estilo, deliberadamente arcaizante:

Trovador de antaño de laúd[3] y escarcela,
sin metros polidos que saben a escuela,
bien como las fablas de un viejo cantar,
diré de un fidalgo que, ferido en guerra,
sin cota ni espada, se alzó de la tierra
et fizo fazañas por tierra et por mar (p. 9).

Abundan, en efecto, en este prólogo —y a lo largo de toda la obra— los arcaísmos léxicos y morfosintácticos: polidos, fablas, fidalgo, ferido, et fizo fazañas por tierra et por mar, garzón, et su prez, tajos et mandobles, fechos, e en tierra, descires, e anda, descir, físico (por médico), face reír, fallan, acuciero, cuitas… La copla final del «Prólogo» repite la del principio, lo que da al conjunto de esta pieza introductoria una marcada estructura circular.

Sigue En Pamplona. Por España y por su honor. Cuadro dramático, en verso, cuya acción se sitúa en la capital navarra el año de 1521. Varios personajes franceses comentan la poca resistencia de la ciudad, cuyos habitantes están mayoritariamente del lado del rey de Francia «por amor y por su historia» (p. 12a). Entre los escasos defensores decididos a resistir hasta la muerte ha quedado Loyola, de quién Arlanzón dice que es:

                         Un vasco
nacido en aguas de Urola,
valentón y pendenciero,
de blasón de lobos y olla;
un fidalgo de gotera,
de nobleza tan notoria,
que figura en los anales
de la justicia en Guipúzcoa (pp. 12b-13a).

Se dice de él que es muy valiente cuando se enoja y que solo conoce el camino de la tizona. Le acompañan ahora muy pocos hombres en la defensa de la ciudad: Diego de Herrera, Durango, Arrieta, «unos locos / de buen vino y sangre moza» (p. 13b). Luego se completa la descripción de Ignacio, de nuevo en labios de Arlanzón, con estos versos:

Conozco bien a Loyola.
Es vasco y es español,
duro y terco como roca;
tiene testuz de carnero
de los que en las fiestas topan.
Si viene de mal talante
—ni hay que pensar otra cosa—
desenvainará su espada… (p. 14a-b).

El diálogo que se entabla entre los sitiadores resume los datos relativos a la situación política y militar del momento. Después vemos en escena a Ignacio negándose con todas sus fuerzas a la rendición y exhortando a sus compañeros a la resistencia heroica hasta la muerte. Las acotaciones indican que actúa «Desesperado, amenazador» (p. 19b), «Como loco hasta el final de la escena» (p. 19b), «Llorando de rabia» (p. 19b); en efecto, él se muestra dispuesto a perder la vida, con tal de salvar el honor, y afirma tajante que no deben ceder en la defensa por su raza vasca: son nobles, y deben estar decididos a morir por su rey. Se pone luego en boca de Loyola este elogio de la patria y la unidad española:

Que hay que luchar por Pamplona
y el fuerte, a la vista salta,
porque es la piedra que falta
a la española corona.
Sueño al par que realidad,
una gran patria se engendra
que con virtudes se acendra
para la inmortalidad.
Gloria que empezó en Granada,
vencido y disperso el moro,
y Colón con el tesoro
de una América ignorada.
Gloria que da la unidad
de una misma fe cristiana,
que tantos pueblos hermana
con hermosa variedad.
Solo Navarra le falta
a España para ser una.
¿Por qué no probar fortuna
en una empresa tan alta? (p. 21b).

Con su entusiasmo, Ignacio convence a los suyos, decididos ya a resistir, y en el parlamento que se establece con los franceses se muestra arrogante hasta las últimas consecuencias: «¡Si nos faltan municiones / os lanzarán mi cabeza!…» (p. 22b), les dice altivo y bravucón a los sitiadores.

Andrés López, San Ignacio herido en Pamplona. Colegio de las Vizcaínas (Ciudad de México)
Andrés López, San Ignacio herido en Pamplona. Colegio de las Vizcaínas (Ciudad de México)

Sigue después un pasaje de transición titulado «El malferido: gesta del Trovador»; se abandona, por tanto, la escenificación para dar paso a un relato del Trovador-narrador (este será el recurso utilizado para ir hilvanando las diferentes piezas dramáticas), quien refiere en estrofas de seis versos —llenas, de nuevo, de arcaísmos— el asalto a la ciudad de Pamplona, en cuya defensa «Loyola es el bravo que a todos alienta» (p. 23b). Finalmente cae herido por una bala de cañón y se ve —esta parte final vuelve a ser representada— cómo es llevado en andas seguido de un perro[4].


[1] En nota al pie indica el autor: «La primera parte de esta obra se representó en el teatro de la Casa Social Católica “Monseñor Boneo” el 2 de octubre de 1921, para celebrar el Cuarto Centenario de la herida y conversión de San Ignacio de Loyola. Tomaron parte en el acto los alumnos del Colegio de la Inmaculada Concepción [de Santa Fe]» (p. 9, nota 1). Todas las citas (con ligeros retoques en la puntuación) son por El caballero de Dios Ignacio de Loyola. Monólogos y escenas dramáticas, por el Padre Juan Marzal, SJ, Buenos Aires, Sebastián de Amorrortu, 1923. Sobre esta obra, véase Elizalde Armendáriz, San Ignacio en la literatura, pp. 676-680.

[2] Leemos en nota al pie: «Dijo esta trova y todas las siguientes el señor Alejandro A. Rosa de la Torre» (p. 9, nota 2).

[3] Hay que pronunciar la palabra como monosílaba, laud, para lograr la correcta medida del verso.

[4] Para más detalles remito a María Ángeles Lluch Villalba y Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola en el teatro español del siglo XX: El caballero de Dios Ignacio de Loyola (1923) de Juan Marzal, SI y El capitán de sí mismo (1950) de Manuel Iribarren», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 315-337. Sobre el tratamiento literario del santo en los siglos XVI y XVII, puede verse Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola, entre historia y literatura (I). El Siglo de Oro», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 145-176.

Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón: representaciones emblemáticas y metáforas varias

Hemos visto en La Hidalga la imagen de la Naturaleza esclava, con la cara herrada. Otra representación emblemática tópica es la del amor ciego: pues bien, Calderón recurre a ella en PS, p. 804b[1], a la hora de presentar el sacrificio de Isaac, al que se ve en el primer carro, que figura una montaña, con los ojos vendados (porque Abrahán, al ir a inmolar a su hijo único, da indicio de un Amor ciego a Dios).

Rembrandt, El sacrificio de Isaac. Museo del Ermitage (San Petersburgo, Rusia)
Rembrandt, El sacrificio de Isaac. Museo del Ermitage (San Petersburgo, Rusia)

Metáfora tópica es la de hierba=esmeralda, por el color verde de la piedra preciosa. Laureta, comentando que la región está infestada de bandidos, señala que no hay hierba «que amaneciendo esmeralda, / rojo rubí no anochezca» (MC, p. 1143a); aquí se añade el elemento rubí para significar la hierba cubierta por la sangre de las víctimas de los salteadores. En QH, se menciona la esmeralda (ya sin mención del término real hierba) «vuelta / en acero» (p. 666a), para indicar que el campo está cubierto por las tropas de Sísara (acero es, a su vez, metonimia por armas). En otra ocasión no se refiere a la hierba sino a la mies verde, en combinación con la metáfora oro=trigo: «golfos de oro, arroyos de esmeralda» (ER, p. 1094a). Con semejante valor lírico encontramos la equiparación de la lana de las ovejas con plata, cristales ‘agua’ y nieve:

Desde Faran a Maón,
lindes que el Carmelo cercan,
corren con temor las aguas,
cuando descienden a ellas [las ovejas]
a consumir sus cristales;
y en el esquilmo a que llegas,
golfos de nieve verás
que les hacen competencia,
pues entre plata que corre
y plata que se está queda,
su misma lana las reses
tal vez se beben sedientas (FC, p. 638b).

Otras imágenes o metáforas frecuentes en los autos responden a un sentido religioso o están tomadas directamente de pasajes bíblicos: aguas=tribulaciones de la vida (MC, pp. 1141b y 1146b); la Nave de la Iglesia (MC, p. 1146b); hombre=templo vivo de Dios (MC, p. 1146b); las estrellas y las arenas ‘fecundidad’, ya en la descendencia de Abrahán (PS, pp. 802b y 805a) o de Isaac y Rebeca (PS, p. 818a), ya para encomiar el número de tropas (CA, p. 572b); el hombre como pequeño mundo (FC, p. 636b; MC, p. 1148a); seno materno=primer sepulcro del hombre (HV, p. 116b); el dedo de Dios como buril que deja escrita la ley de gracia (HV, p. 118a y MC, p. 1140a), etc.

Otras, en cambio, pertenecen a la tradición lírica: lágrimas=perlas (MC, p. 1142b); las flores del prado y las estrellas del cielo (PS, p. 810b); Babilonia ‘confusión’ (FC, p. 648a); Ofir, metonimia por ‘oro’, que sirve como imagen para el ‘color rubio del cabello’ (ER, p. 658a); orbe=Babilonia (ER, p. 660a); edificios=Narcisos (CA, p. 566b); Culpa=volcán, Etna (HV, p. 118a, como suele ser habitual, asociada a personajes como la Culpa; la imagen del volcán como bostezo de la tierra en FC, p. 639a); Luzbel=estrella arrancada=luz desasida=errado cometa (FC, p. 639a); los cuatro elementos (ER, p. 672b)…[2]


[1] Todas las citas corresponden a Pedro Calderón de la Barca, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, ed. de Ángel Valbuena Prat, 2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991. En lo que sigue emplearé las abreviaturas de las Concordancias de Flasche: HV (=La Hidalga del valle), MC (=A María el corazón), ER (=Las espigas de Ruth), QH (=¿Quién hallará mujer fuerte?), FC (=La primer Flor del Carmelo), PS (Primero y segundo Isaac), CA (=El cubo de la Almudena) y OM (=Las Órdenes Militares).

[2] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 253-287.

«El caballero de Dios Ignacio de Loyola» (1923), de Juan Marzal, SJ (1)

La figura ingente de San Ignacio de Loyola ha dado lugar a numerosos acercamientos literarios, en distintas épocas y en distintos géneros[1], entre ellos también el teatro. Como estamos en Año Ignaciano, en sucesivas entradas abordaré el comentario de dos piezas dramáticas españolas del siglo XX que tienen como protagonista al fundador de la Compañía de Jesús: El caballero de Dios Ignacio de Loyola (1923), de Juan Marzal, SJ, y El capitán de sí mismo (1950), de Manuel Iribarren[2].

San Ignacio de Loyola

El título completo y los datos de la primera obra son los siguientes: El caballero de Dios Ignacio de Loyola. Monólogos y escenas dramáticas, por el Padre Juan Marzal, SJ (Buenos Aires, Sebastián de Amorrortu, 1923). Como indica el subtítulo, estamos ante un conglomerado de piezas dramáticas en las que el protagonista principal es San Ignacio de Loyola pero también, a su lado, San Francisco Javier. Dado que se trata de unas obras de teatro ignaciano no demasiado conocidas, parece oportuno dar una descripción detallada del contenido del libro, que servirá al mismo tiempo para ir apuntando los principales detalles relativos al estilo.

El volumen se abre con un par de dedicatorias; la primera, «A mis padres», fechada en Santa Fe (República Argentina), el «31 de julio de 1923. Día de San Ignacio de Loyola», en la que el autor habla de su amor filial al fundador de la Compañía de Jesús, al que llama «mi padre del alma»; y la segunda «A todos los alumnos de los colegios de la Compañía de Jesús», donde encontramos la siguiente explicación:

Este librito es para vosotros. Leeréis en él muchos versos y mucha más prosa. […]. Tenéis obligación de conocer su vida [la de San Ignacio]. Es muy interesante. Fue capitán valiente, mendigo famoso, peregrino incansable, doctor por París y cazador de almas a prueba de insultos, pedradas, procesos y persecuciones. Conocéis sus andanzas por España, por la Tierra Santa, por Francia y por Italia, por Flandes e Inglaterra; pero no las habéis visto en acción y sobre las tablas de un teatro (p. 7).

Se indica ahí que estos cuadros fueron representados en Santa Fe en 1921 y 1922 por los alumnos del Colegio de la Inmaculada «con gran aparato de trajes y espléndido decorado»:

Ahora han querido imprimir los cuadros que en esos dos años representaron, confiados en que vuestra privilegiada fantasía sabrá reproducir las interesantes escenas que no visteis. Leedlas con atención. La merece el héroe (p. 7).

El autor les dice a los niños que deben estar orgullosos de ser alumnos de los jesuitas; se lo deben a Ignacio, que fue «todo cabeza y corazón, educador sin par» (p. 7). Más adelante añade:

En los cuadros, escenas y monólogos de este librejo reconoceréis al soldado bravísimo —era vasco y luchaba en Navarra—; al herido que no tiembla ante la sierra y el cuchillo de los cirujanos; al penitente que azota su cuerpo para devolverle a Dios la gloria robada con sus pecados juveniles; al paciente pescador y cazador infatigable que caza y pesca doctores con verdades evangélicas y desengaños del mundo. Y en el drama histórico Desdén, afición y amor veréis al doctor Javier que, después de morder la carnada, deja limpio el anzuelo, y aunque acude al reclamo, sabe hurtar el cuerpo a las redes del astuto pescador. Pero como Dios ayudaba a Ignacio, el Doctor por la Sorbona cayó por fin y el gran navarro y el gran vasco fueron dos cuerpos en un alma, santos los dos, canonizados en un mismo día, Padres de vuestros Padres, gloria y ornamento de la Iglesia y de la Compañía de Jesús (p. 8).

Tras indicar que los jóvenes deben imitar a Javier en su gallarda resolución de hacerse discípulo de Ignacio, Marzal anuncia el comienzo de las diversas piezas que componen su obra: «Y ahora, guardad silencio, que se alza la cortina para dar paso al Trovador de antaño» (p. 8)[3].


[1] Véase a este respecto el trabajo de Carlos Mata Induráin «San Ignacio de Loyola, entre historia y literatura (I). El Siglo de Oro», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 145-176, además de la fundamental obra de referencia del Padre Ignacio Elizalde Armendáriz, San Ignacio en la literatura, Salamanca, Universidad Pontificia, 1983.

[2] Aunque este trabajo (realizado en el marco de las investigaciones del Equipo HILINA, Historia literaria de Navarra, de la Universidad de Navarra) lo asumimos como propio los dos autores, dejamos constancia de que la obra de Marzal ha sido trabajada por Carlos Mata Induráin y la de Manuel Iribarren por María Ángeles Lluch Villalba. Por supuesto, existen otras piezas dramáticas del siglo XX en las que interviene San Ignacio de Loyola; mencionaremos, por ejemplo, El Divino Impaciente (1933), de José María Pemán (centrada en la figura de San Francisco Javier, pero con una destacada presencia de Ignacio; baste recordar el célebre romance «de los consejos» que declama Ignacio en el momento de la despedida en Roma), o El capitán de Loyola (1941), de Ramón Cué, entre otras. Para la obra de Pemán, ver Carlos Mata Induráin, «San Francisco Javier en el teatro español del siglo XX: Volcán de amor (1922) de Vallejos y El divino impaciente (1933) de Pemán», en Ignacio Arellano, Alejandro González Acosta y Arnulfo Herrera (eds.), San Francisco Javier entre dos continentes, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007, pp. 133-150.

[3] Para más detalles remito a María Ángeles Lluch Villalba y Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola en el teatro español del siglo XX: El caballero de Dios Ignacio de Loyola (1923) de Juan Marzal, SI y El capitán de sí mismo (1950) de Manuel Iribarren», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 315-337. Sobre el tratamiento literario del santo en los siglos XVI y XVII, puede verse el ya citado trabajo de Carlos Mata Induráin «San Ignacio de Loyola, entre historia y literatura (I). El Siglo de Oro».

Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón: imágenes relativas a la Culpa y personajes análogos

La imagen de la serpiente[1], que se identifica tópicamente con el demonio desde el relato genesíaco, sirve para referirse a la Culpa o personajes análogos como Lucero, Luzbel, Muerte, etc. El veneno mortal de la serpiente (o similares: culebra, dragón, áspid, basilisco, hidra…) es el veneno del pecado. En estos autos marianos, muchos de las ocurrencias estarán relacionadas con el ya comentado pasaje de Génesis, 3, 15, donde se explica que Dios establece hostilidades entre la mujer y su linaje y la serpiente y el suyo, que los comentaristas estudian en relación con el pasaje del combate entre la mujer celestial y el dragón en Apocalipsis, 12, 1-17. Ya hemos visto el aprovechamiento plástico que del primer pasaje hace Calderón en La Hidalga. Las referencias podrían multiplicarse:

De una invencible mujer
palabra el Génesis da
que la frente ha de romper
al dragón (QH, p. 657a)[2].

Giovanni Battista Tiepolo, Inmaculada Concepción (1767-1769). Museo del Prado (Madrid)
Giovanni Battista Tiepolo, Inmaculada Concepción (1767-1769). Museo del Prado (Madrid).

En este auto, si Débora se identifica con la Mujer fuerte de los Proverbios, Jael es la Mujer invencible del Génesis que quiebra la frente del dragón (cfr. pp. 658b, 667b, 670a, 675b y passim). También en Las Órdenes se recuerda que las plantas de la Segunda Eva pisarían la cerviz de la serpiente que se arrastra por tierra (p. 1034b); y lo mismo en MC, pp. 1136a y 1141b.

Pero los enemigos de Dios y de la Iglesia no se identifican solo con la Serpiente disimulada del Paraíso que arrastra su pecho escamado por el suelo, entre las flores, y lanza «articulados silbos» (HV, pp. 115b-116a), sino también con la hidra —prodigio de siete cuellos— mencionada en Apocalipsis, 13, 1 y ss., o la bestia que monta la gran ramera (ibidem, 17, 3-4). En El cubo de la Almudena, la Herejía aparece «coronada de serpientes» (acotación p. 562b; la Iglesia subraya esa imagen en su réplica al hablar de «aquel contagioso / engreñado airón de sierpes»). Los siete cuellos de la hidra se relacionan con los siete pecados capitales, que de forma gráfica muestra Calderón sobre el escenario:

Ábrese el segundo carro, que ha de ser un peñasco, y del primero cuerpo de él, quedando cerrado el segundo, sale una hidra al tablado, movida sobre un carretón de ruedas, con siete cabezas coronadas, y de cada una pendiente una banda, que han de traer, como tirando de ella, la Soberbia, la Avaricia, la Lascivia, la Gula, la Ira, la Envidia y la Pereza; y en ella sentada, la Culpa con una copa dorada (acot. en p. 1136a[3]).

Otras imágenes relacionadas con el personaje de la Culpa son «aspid de metal» (p. 1025a; recuérdese el título del auto La serpiente de metal); otra, de gran tradición literaria, la del «áspid entre flores» (p. 1028, según el verso virgiliano «latet anguis in herba», Bucólica, 3, 93); o la del «engañoso basilisco» (p. 1028), estas tres últimas referencias en OM. Basilisco se llama también a sí misma la Culpa en HV, p. 119b.

Calderón aprovecha las posibilidades no solo de los pasajes bíblicos obligados (Génesis y Apocalipsis), sino que las completa y adorna con ciertas características referidas por los bestiarios[4]. Por ejemplo, la imagen de la serpiente que muere por su propia ponzoña (recuérdese que el basilisco moría si rebotaba sobre su cuerpo el veneno por él lanzado) se repite numerosas veces. Por ejemplo, en PS, p. 819a, la Duda dice que es víbora de sí misma: «… ¡mi veneno me mata! / Víbora soy de mí misma, / pues me revienta la saña / de mi ponzoña». Lo mismo en ER, p. 1099a-b, cuando dice el Lucero: «¿Quién creerá que contra mí / tanto mi industria se vuelva, / que víbora de mí mismo / me mate, bien como a ella / mate su mismo veneno, / si fuera de sí le encuentra?». La serpiente ahogada en su veneno o el áspid muerto por su propia ponzoña se menciona también en OM, pp. 1018a y 1036b.

Coincido con M.ª Carmen Pinillos cuando señala en su edición de El cordero de Isaías (pp. 69-70) que sería interesante un estudio exhaustivo de la emblemática y de los valores simbólicos de los bestiarios en los autos. En estos marianos hemos visto que Calderón emplea salamandra y armiño (para la Virgen), Pavón para el mundo, Pelícano para Cristo y serpiente, basilisco, hidra, áspid, víbora para la Culpa. Otra identificación que se podría aportar es la del Fénix con la Iglesia, como explica ella misma a la secta de Mahoma en El cubo de la Almudena[5]. De la misma forma que la fabulosa Ave renacía de sus cenizas, consiguiendo así una especie de eternidad, la Iglesia será también eterna y las fuerzas del mal no la vencerán jamás[6]:

Bárbaro monstruo, ¿no sabes
que por más que yo padezco
nunca me rindo, y que pues,
a pesar del mayor riesgo,
como el Fénix resucito,
siendo mi cuna mi incendio? (CA, p. 584b[7]).


[1] Cfr. John T. Cull, «Calderón’s Snakes: Emblems, Lore and Imagery», MIFLC Review, 3, 1993, pp. 97-110.

[2] Todas las citas corresponden a Pedro Calderón de la Barca, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, ed. de Ángel Valbuena Prat, 2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991. En lo que sigue emplearé las abreviaturas de las Concordancias de Flasche: HV (=La Hidalga del valle), MC (=A María el corazón), ER (=Las espigas de Ruth), QH (=¿Quién hallará mujer fuerte?), FC (=La primer Flor del Carmelo), PS (Primero y segundo Isaac), CA (=El cubo de la Almudena) y OM (=Las Órdenes Militares).

[3] También en El jardín de Falerina la Culpa sale en uno de los carros montada sobre una hidra de siete cabezas (cfr. Valbuena, en Calderón, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, p. 1512a). A los siete cuellos de la hidra cabe oponer los siete sacramentos (CA, p. 571a). Otras referencias a la hidra, o a la copa de oro llena de veneno de la meretriz apocalíptica, pueden verse en FC, p. 636a y MC, pp. 1135b, 1141b, 1145a, 1148b…

[4] Para los valores simbólicos de todos estos animales, cfr. Ignacio Malaxecheverría, Bestiario medieval, Madrid, Siruela, 1986.

[5] Otro animal aludido es el águila «que conquista / el sol» (CA, p. 572a), porque se cree que puede mirarlo de frente, mencionada para ilustrar que Juan fue testigo de vista de la Pasión y Muerte de Cristo.

[6] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 253-287.

[7] Este valor simbólico estaba ya anticipado, en el mismo auto, en la p. 569a. En OM, p. 1020a, el Ave Fénix se menciona, en cambio, como imagen del Mundo. En otros autos es imagen clara de la resurrección de Cristo.

Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón: imágenes relativas a Cristo

Ya he comentado la imagen de la Virgen como Aurora de un nuevo Sol, que es Cristo. Por ejemplo, Cristo es el Sol que amanecerá las sombras del Mundo (QH, p. 658a)[1] o, según piensa la Naturaleza humana, el Sol que por su causa ha quedado «sin lumbre bella» (OM, p. 1033a). La identificación del Sol con la Divinidad es tópica[2], y no parece necesario aportar más ejemplos. Más interesante resulta el juego, algo más elaborado, con la frase hecha partir el sol, a propósito del combate entablado entre la Culpa y la Gracia (HV, p. 116a). Como es sabido, partir el sol consistía en colocar a los dos contendientes en un duelo de forma tal que los rayos del sol no perjudicasen a ninguno de ellos; en este caso, no se hizo tal cosa: la Gracia no quiso partir al sol, porque lo tenía por entero (tenía por entero a Dios) para sí.

Virgen, Aurora del Sol

Cabe destacar asimismo la imagen del Pelícano. En efecto, uno de los carros de Las Órdenes Militares «será un pelícano con sus polluelos, herido el pecho» (acot. en p. 1024a), que vuelve a abrirse al final para la exaltación de la Hostia y el Cáliz (p. 1039b). El pelícano que mata a sus hijos pero que, a los tres días, se hiere en el pecho y con su sangre los torna a la vida es claro símbolo de Cristo y de su sangre redentora de la Humanidad. En el auto, funciona en contraste visual con la imagen del Pavón (que se representa en otro carro), símbolo de la pompa y vanidad del Mundo (cfr. OM, pp. 1020a-b y 1039a).

Otras metáforas de Cristo como Pan o como Espigas, de valor claro, se repiten a lo largo del texto de CA y ER, respectivamente. A veces esas metáforas no se emplean aisladas, sino en largas enumeraciones. Así, de los nombres de Cristo hallamos este catálogo en OM: Rocío, Escala, Piedra Angular, León, Cordero, Panal, Espiga, Racimo, Vid, Sarmiento, Rey, Mercader, Piloto, Sembrador, Pastor Bueno, Agnus, Soldado de los Cielos, León de Judá, Cordero de Pathmos que quita los pecados (pp. 1019a-1022a). Además de los citados, otros nombres de Cristo son Arco de Paz (PS, p. 805a), o las prefiguraciones del Mesías, Salud del Mundo, en FC, p. 639b: escala de Jacob, zarza viva de Moisés, haz de leña de Isaac, rocío cuajado de Gedeón y niebla de Elías[3].


[1] Todas las citas corresponden a Pedro Calderón de la Barca, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, ed. de Ángel Valbuena Prat, 2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991. En lo que sigue emplearé las abreviaturas de las Concordancias de Flasche: HV(=La Hidalga del valle), MC (=A María el corazón), ER (=Las espigas de Ruth), QH (=¿Quién hallará mujer fuerte?),FC (=La primer Flor del Carmelo), PS (Primero y segundo Isaac), CA (=El cubo de la Almudena) y OM (=Las Órdenes Militares).

[2] Baste recordar el estudio de Ángel Valbuena Briones «La palabra sol en los textos calderonianos», en Calderón y la comedia nueva, Madrid, Espasa-Calpe, 1977, pp. 106-118, aunque no aporta ejemplos de los autos. Sol se emplea también para aludir a la limpieza de la Virgen, al decir que fue «más pura que no los cabellos del sol» (HV, p. 114b).

[3] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 253-287.

Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón: paráfrasis de pasajes bíblicos con sentido mariano

Destacan dos: las palabras de la salutación angélica (Lucas, cap. 1) y el «Tota Pulchra» del Cantar de los Cantares. En cuanto a la salutación angélica, podría destacarse el pasaje de Las espigas, p. 1098b[1], y sobre todo el de Primero y segundo Isaac en que Eliazer encuentra al pie del pozo a Rebeca, cuya presencia le causa «reverencial respeto»; tanto es así que entiende que ha de dirigirse a ella de rodillas, postrado a sus plantas, «pues muestras llena de gracia / […] que el Señor es contigo» (p. 815a). Rebeca se turba, como en el texto evangélico, por esta «tan nueva Salutación». Ofrece agua a Eliazer y este, tras aclamarla («Bendita eres […] entre todas las mujeres»), le vaticina que también será bendito el fruto de su vientre. Y a continuación parafrasea algunas palabras de la «Salve», al llamarla «Vida, Dulzura y Esperanza nuestra»:

En tu Gracia y tu Hermosura,
Dulzura los ojos vieron,
Vida los ojos tuvieron,
luego fue en su Nieve Pura
tu Piedad, Vida y Dulzura.
[…]
Siendo, como en primer muestra,
tu liberalidad Maestra,
no sólo esperanza mía,
del Mundo, Esperanza nuestra (p. 815b).

La Anunciación, de Bartolomé Esteban Murillo (Museo del Prado, Madrid)
La Anunciación, de Bartolomé Esteban Murillo (Museo del Prado, Madrid)

Respecto al «Tota Pulchra», aparte menciones aisladas (como en ER, p. 1092b), se utiliza en dos ocasiones en La Hidalga, donde alternan los versos latinos con la versión española: en efecto, el «Tota pulchra amica mea, / macula non est in te» que cantan los músicos es traducido por el Placer: «una esposa, / toda limpia y toda hermosa» (p. 121b); «Tota eres hermosa, dice, / y en ti no hay mancha ninguna» (p. 122a); y más tarde es la Gracia la que repite «Tota Pulchra amica mea», y el Placer parafrasea: «Quien dijo toda es hermosa, / no previno mancha en ella» (p. 123a). En Primero y segundo Isaac este exclama que «Toda es perfecta mi esposa» (p. 818a), que puede considerarse, si no traducción, versión libre del pasaje bíblico[2].

Otra paráfrasis es la del himno «Ave, Maris Stella» en MC, ya anunciada en las palabras «estrella matutina / del mar» (p. 1134a), y desarrollada luego en la p. 1150a: los Músicos cantan en latín, en tanto que el Peregrino da la versión castellana «Ave, estrella de la Mar / Madre de Dios soberana».

En fin, otro recurso para ensalzar a María es el juego con la palabra Ave, aprovechando la etimología de Jael ‘la que se eleva’ (QH, pp. 661b y 662a). También encontramos el tópico juego Eva / Ave en OM, p. 1028b: «… ser Segunda Eva previno, / y trocando el Eva en Ave, / volarse por alto quiso»[3].


[1] Todas las citas corresponden a Pedro Calderón de la Barca, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, ed. de Ángel Valbuena Prat, 2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991. En lo que sigue emplearé las abreviaturas de las Concordancias de Flasche: HV (=La Hidalga del valle), MC (=A María el corazón), ER (=Las espigas de Ruth), QH (=¿Quién hallará mujer fuerte?), FC (=La primer Flor del Carmelo), PS (Primero y segundo Isaac), CA (=El cubo de la Almudena) y OM (=Las Órdenes Militares).

[2] En fin, el «Tota Pulchra» del Cantar de los Cantares se mezcla con las palabras de la Salve en FC, p. 651b.

[3] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 253-287.

Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón: imágenes, nombres y atributos relativos a la Virgen

Analizaré a continuación las imágenes, los nombres y los atributos relativos a la Virgen[1]. En Las espigas de Ruth tiene cierta importancia la metáfora Aurora=Virgen, asociada a la de Espigas=Cristo, desde el estribillo inicial:

¡Ven, hermosa aurora en quien
se alivian nuestras fatigas,
ven a dorar las espigas
de los campos de Belén! (p. 1088a)[2].

Los adjetivos que a continuación se le atribuyen a la Aurora —«clara, pura, limpia y bella»— constituyen alusiones indudables a la Inmaculada Concepción de María. Por otra parte, las espigas son prefiguración del Trigo de Belén (Cristo=el Pan de la Eucaristía[3]; recuérdese además que Belén se interpreta como ‘Casa de Pan’, pp. 1092a y 1093a). El temor de Lucero al ver unidas ambas imágenes, la de la Aurora y la de las Espigas, será un leit motiv recurrente a lo largo de la pieza.

Más frecuente es la imagen de la Virgen como Aurora que precede al nuevo Sol, Sol de Justicia, que es su Hijo. Un aprovechamiento muy intenso de este motivo se hace en ¿Quién hallará mujer fuerte? (pp. 657b, 658a, 659a, 659b, 670a y passim). También en El cubo de la Almudena hay una alusión a la aurora que cabe interpretar acomodaticiamente referida a María; en el momento en que los sitiados están a punto de rendirse, la Iglesia exclama: «¡Oh si saliese el aurora / para acudir al remedio!» (p. 582a). Es entonces cuando se produce el milagroso hallazgo de su imagen y la Iglesia anuncia que le harán salva de risa y llanto: «de risa, por ver que sois el alba; / de llanto, por ver que vos sois la aurora» (p. 582b). Se juega, claro, con la antítesis poética de las frases hechas reír el alba y llorar la aurora (las perlas lloradas son el rocío, como se dice en HR, p. 808a: «la aurora, que perlas llora»[4]).

Otra imagen mariana es la de la piel de Gedeón, que lleva asociada la del rocío que la cubre (ya la hemos examinado en La Hidalga), aunque en otros casos pueda tener valores diferentes. Por un lado, la imagen del rocío (el maná con que Dios alimentó al pueblo judío en el desierto, Éxodo, 16, 13) es muy habitual en Calderón como trasunto de la Eucaristía, y así lo encontramos en El cubo de la Almudena: en la discusión entre la Apostasía y los cinco sentidos sobre el Pan, la propia Apostasía alude al «Blanco rocío, que llora, / cuajado sobre el vellón / de la piel de Gedeón, / el rosicler de la aurora» (pp. 574b-575a). En La primer Flor del Carmelo, p. 639b, el rocío cuajado de Gedeón es anticipo de Cristo como el Mesías esperado. Lo mismo en Primero y segundo Isaac, donde un Ángel anuncia a Abrahán e Isaac la venida de la Salvación del Mundo, «cuando, / en más sucesiva edad, / cuaje el vellón el rocío / y los montes el maná»[5] (p. 805a).

La alusión a la Virgen como Fuente o Pozo de aguas vivas la encontramos varias veces, por ejemplo al final de La primer Flor del Carmelo (p. 653a). Pero mucho más interesante resulta la mención de Primero y segundo Isaac, cuando se indica que Rebeca (=la Virgen) fue al mismo tiempo Pozo de aguas vivas y Fuente sellada[6] (p. 819a). No se trata de una mera alusión verbal, como tantas otras; al contrario, existe una adecuación importante con el pasaje escenificado, que sucede precisamente al pie de un pozo, aquel en que Rebeca ha ofrecido agua a Eliazer y a todos los suyos.

Gedeón orando, con el vellón a sus pies
Gedeón orando, con el vellón a sus pies

Otra imagen mariana es Virgen=Tierra. Efectivamente, a Ruth le conviene el apelativo de «Virgen tierra» (ER, p. 1105a), y a su vez el de «Tierra Intacta» (p. 1106b), o sea, el de «tierra fecunda y virgen» (p. 1105b). María se identifica asimismo con la Vara de Jesé: en A María el corazón se comenta que el Arca del Nuevo Testamento contiene la Ley (=Ara), el Maná (=Cruz) y la Vara (=María): «conque / viene a ser en ese alcázar / la Vara, el Maná y la Ley / María, la Cruz y el Ara» (p. 1140a). Ingeniosa, en el mismo auto, es la imagen de la Virgen Niña: «esa, / antes de Niña, niña / de los ojos de Dios» (p. 1136b), jugando con la dilogía de niña ‘chica, muchacha’ y ‘niña del ojo’, que por extensión significa ‘lo más preciado para alguien’. Menos importantes, o menos repetidas, son las calificaciones de Rosa, Iris o Arca, que no suelen aparecer aisladas sino en enumeraciones de nombres y atributos.

En efecto, tales enumeraciones de nombres de María (nombres o atributos asociados) suelen ser tópicas y recogen términos como luna, estrella, alhelí, oliva, pozo de agua viva, fuente, luz, aurora (OM, p. 1033a), que se visualizan al final del auto en el carro en que se representan los atributos de Nuestra Señora (acot. en p. 1037). En ER encontramos azucenas, rosas y lirios, listados iris, plátanos y cedros, narcisos, hojas y flores (p. 1092b). En MC figuran dos series: la primera incluye luna, estrella, alba, aurora, lirio, palma, rosa mística, tierra inarada, lirio, azucena[7] (p 1142b); la segunda constituye una amplificación, al ir acompañado de un adjetivo cada sustantivo: palma excelsa, alto ciprés, fértil plátano, oliva bella, enamorado lirio, durable cedro y vid tierna (p. 1143a).

Ahora bien, el empleo de estas series no tendría especial relevancia, serían una mera enumeración de nombres, si Calderón no las supiese entrelazar armónicamente con lo visual escénico. Por ejemplo, en Primero y segundo Isaac, la pastora Habra teje para Rebeca una guirnalda con flores que le van pasando los demás personajes: está compuesta de una flor de Jericó, una azucena, un lirio, una vara de Jessé o nardo, «la púrpura de esta rosa», un jazmín, del que se dice explícitamente que es «símbolo de la Pureza», un alhelí y una maravilla; la pastorcilla la adorna además con hojas de palma, cedro y oliva (también atributos tradicionales de la Virgen). Al final se introduce un pasaje recolectivo de los componentes de la corona, en boca de la misma Habra:

Flor de Jericó, azucena,
lirio y Vara de Jessé,
alhelí, jazmín y rosa,
maravilla, cedro y palma
y oliva, con vida y alma,
te ofrecen, Rebeca hermosa,
estos prados… (p. 810b).

Respecto al nombre propio de María, no vamos a encontrar juegos acrósticos, como el famoso de El primer refugio del hombre[8], aunque sí su etimología: María ‘Gracia’ (OM, p. 1033b; MC, p. 1137a[9]) y cierto juego entre Maderit y María (CA, p. 571a)[10].


[1] Responden a la tradición patrística y exegética; cfr. Luis Obregón Barreda, María en los Padres de la Iglesia. Antología de textos patrísticos, Madrid, Ciudad Nueva, 1988.

[2] Todas las citas corresponden a Pedro Calderón de la Barca, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, ed. de Ángel Valbuena Prat, 2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991. En lo que sigue emplearé las abreviaturas de las Concordancias de Flasche: HV (=La Hidalga del valle), MC (=A María el corazón), ER (=Las espigas de Ruth), QH (=¿Quién hallará mujer fuerte?), FC (=La primer Flor del Carmelo), PS (Primero y segundo Isaac), CA (=El cubo de la Almudena) y OM (=Las Órdenes Militares).

[3] Esta imagen de Cristo=Espigas=Trigo de Belén se completa en el auto con la idea de la semilla como Palabra de Dios (=Cristo, el Verbo encarnado) que ha caído en buena tierra (=la Virgen) y ha fructificado.

[4] La Virgen como alba de un nuevo sol también en MC, p. 1134a.

[5] Cfr. también QH, p. 670b y PS, p. 808a.

[6] Ambos nombres unidos, Pozo de Aguas Vivas y Huerto Cerrado, también en HV, p. 121a.

[7] Para la azucena como flor de la Virgen, cfr. HV, p. 121a.

[8] Cfr. Valbuena Prat, en Calderón, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales,2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991, p. 975a.

[9] Para las numerosas etimologías del nombre de María, véase la nota de Arellano al v. 2134 de El nuevo hospicio de pobres (Pamplona / Kassel, Universidad de Navarra / Edition Reichenberger, 1995), «María y Gracia son lo mesmo»; cfr. también El indulto general (Pamplona / Kassel, Universidad de Navarra / Edition Reichenberger, 1995), vv. 1237-1239: «Llamarte basta / María, para que seas / intercesora en la gracia».

[10] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 253-287.

Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón: juegos escénicos y verbales

Sin pretensión de ser exhaustivo, recogeré en esta entrada y en las sucesivas, agrupados en varias categorías, los recursos más significativos utilizados por Calderón en otros autos marianos[1]: juegos escénicos y verbales; imágenes relacionadas con la Virgen, con Cristo y con la Culpa; paráfrasis de pasajes bíblicos; etimologías; representaciones emblemáticas y metáforas varias; y, en fin, los elementos cómicos.

En La Hidalga del valle hemos podido encontrar algunos pasajes de viva plasticidad en los que Calderón resuelve en forma escénica conceptos abstractos y, en concreto, el del misterio de la Inmaculada Concepción de María. A veces esos recursos de eficacia demostrada se topicalizan y se repiten con escasas variaciones. Así sucede, por ejemplo, con el del baile para mostrar la preservación de Culpa en la Virgen María, repetido con escasas diferencias en Las espigas de Ruth y en Primero y segundo Isaac.

En Las espigas de Ruth, los labradores quieren celebrar la venida del amo con un baile, en el que desea participar también Ruth, vestida ya de villana espigadera. Sin embargo, la Discordia, además de sembrar los campos de cizaña, ha llenado la tierra de hoyos donde tropiecen y caigan los hombres. El primero en caer es Lucero (de la misma forma que el Demonio fue el primero en caer en el pecado), después Noemí (=la Naturaleza Humana, esto es, Adán y Eva, y con ellos todo el linaje humano) y luego otros. «¡No hay ninguno que no caiga!», comenta Zelfa; pero Booz, Padre de Familias, detiene el baile, alegando que se acerca la noche, precisamente para evitar la caída de Ruth.

Booz y Rut
Booz y Rut

Esta explicación gráfica de la preservación de caída en María se refuerza con otra, también icónica, en alusión al aludido pasaje de Génesis, 3, 15 de la mujer pisando la cabeza de la serpiente. En efecto, la acotación indica que al detener Booz a Ruth, Lucero ha quedado a sus pies (acot. en p. 1101b). Lucero apostilla que esa noche que se avecina será para él eterna, porque Booz ha parado a Ruth justo «cuando tiene / el pie sobre mi cabeza» (p. 1101b). La Discordia se pregunta qué enigma es esta, y Lucero le responde: «Déjala sin apurarla, / y entiéndalo quien lo entienda» (p. 1101b).

En Primero y segundo Isaac la plasmación es similar, aunque no idéntica. Rebeca (que es aquí la figura de la Virgen María) va a bailar con los pastores. Ella, la hija del amo, no es una más entre las mujeres porque, como reconoce Habra, «pareciendo como todas, / lucirás como ninguna» (p. 810b). Uno tras otro van cayendo todos los danzantes en un hoyo del campo: Celfa y Rubén, Leví y Habra, Lauro y Teuca. «En el baile de la Vida / nadie diga no cayó», comenta Lauro (p. 811b). Sin embargo, será la propia Duda quien hable de los «privilegiados modos» de Rebeca. En el momento en que va a caer, da en brazos de la Duda. Batuel pregunta si su hija cayó y la Duda responde: «No, que como a tenerla acuda, / sólo tropezó en la Duda / de si cayó o no cayó» (p. 811a). Al final, todos reconocen que su ama es «la que sola no ha caído» (p. 811b), y la Duda se pregunta asombrada:

¿Qué mujer es esta, Cielos,
a quien todo el valle aclama
por su gracia y su hermosura
llena de Hermosura y Gracia? (p. 811b).

Escénicamente se presentan también, en Las Órdenes Militares, los tropiezos de la Naturaleza humana, o la forma en que la Culpa se interpone entre aquella y la Gracia (cfr. p. 1028a, con sus respectivas acotaciones).

Mezcla de verbal y escénico es el recurso para mostrar el papel de María como Medianera Universal en La primer Flor del Carmelo, donde es Abigail el personaje femenino que prefigura a la Virgen. Se nos presenta como Madre de Alegría y Madre de los Afligidos, que varias veces intercede por los pobres[2]: ella es «la que intercede y suspira» (p. 651b). Pero para resaltar visualmente su papel como Medianera Universal, hay una escena en que Abigail (=Virgen) se sitúa entre su esposo Nabal, el mayoral del Carmelo (=el Mundo) y David (=Cristo); cuando Nabal niega el Pan a David y este se arma contra él, Abigail se interpone y le detiene:

Si fuera Nabal el mundo,
puesta tú entre él y mis iras,
el mundo, Abigail, viviera
seguro de mi justicia;
porque tú bastaras sola
a librarle; que bendita
eres entre las mujeres,
toda hermosa y toda rica
de dones espirituales (p. 651b).

Nótese, de paso, cómo en su réplica David aprovecha mezclados pasajes de la salutación angélica y, de nuevo, del «Tota Pulchra».

Verbal, más que escénico, es, en este mismo auto, el juego de los colores que propone Simplicio para entretener a su ama, a la que encuentra triste (pp. 646a-648a). Participan Simplicio, que se sienta en medio, con Abigail, la Castidad y la Liberalidad, de un lado; y de otro, Luzbel, la Lascivia, la Avaricia, con los Músicos, que cantan: «¡Vaya, vaya de juego, / y que pague la pena / quien hace el yerro!». Cada participante elige un color y un significado asociado al mismo. Cuando el director del juego menciona un significado, la persona que lo tiene asignado debe decir el color que le corresponde, y viceversa. Abigail elige el color blanco, que simboliza la castidad; la Castidad, el azul y los celos; la Liberalidad, el verde y la esperanza; la Lascivia, el morado y el amor; la Avaricia, el dorado, que es firmeza; Luzbel lo negro de la tristeza. Es precisamente Luzbel el primero en errar en el juego (de la misma forma que fue el primero en cometer un yerro en la historia del mundo, y de la misma forma que es el primero en caer en los bailes), pero no se arrepiente de haber fallado: luego cometen errores sucesivamente la Avaricia, la Liberalidad, la Lascivia y la Castidad, e incluso yerra Luzbel de nuevo. Abigail, en cambio, no se equivoca. Luzbel trata de mostrar que sí ha fallado, porque ha pronunciado blanco al oír la palabra virginidad, cuando la que tenía asignada era castidad. Pero ambos conceptos son sinónimos y todos los demás personajes dan por buena la respuesta. En definitiva, se duda sobre si Abigail cayó, pero se concluye que no. Es decir, así como Abigail no ha cometido ningún error, tampoco la Virgen María ha caído en mancha alguna.

Otro juego, también verbal, es el de la loa de Las Órdenes Militares[3], donde Calderón aprovecha los nombres de algunas calles de Madrid para acomodarlos ingeniosamente a personajes y situaciones de la Biblia: así, Adán y Eva, después de su pecado, pasaron de la calle de los Jardines a la calle de la Amargura; la Magdalena vive en Lava-piés, y la Samaritana en la calle del Pozo; a Dimas, uno de los dos ladrones del Gólgota, le corresponde la calle de las Tres Cruces; la Virgen, durante la Pasión de su Hijo, permanece en la calle de Santa Cruz y, tras su Muerte, en la de la Soledad, etc.[4]


[1] Todas las citas corresponden a Pedro Calderón de la Barca, Obras completas, tomo III, Autos sacramentales, ed. de Ángel Valbuena Prat, 2.ª reimp. de la 2.ª ed., Madrid, Aguilar, 1991. En lo que sigue emplearé las abreviaturas de las Concordancias de Flasche: HV (=La Hidalga del valle), MC (=A María el corazón), ER (=Las espigas de Ruth), QH (=¿Quién hallará mujer fuerte?), FC (=La primer Flor del Carmelo), PS (Primero y segundo Isaac), CA (=El cubo de la Almudena) y OM (=Las Órdenes Militares).

[2] Nabal le reprocha: «¿No basta, pues tus sentidos / en ser madre los empleas, / que de los pobres los seas / sino de los afligidos?» (p. 644b). Después explica que la quiere matar por ser «piadosa Madre de todos, / de mí solo madre impía» (p. 652b).

[3] Esta loa fue aprovechada para otros autos.

[4] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Imaginería barroca en los autos marianos de Calderón», en Ignacio Arellano, Juan Manuel Escudero, Blanca Oteiza y M. Carmen Pinillos (eds.), Divinas y humanas letras. Doctrina y poesía en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1997, pp. 253-287.