Entre los poemas cervantinos con importante presencia del elemento religioso podríamos incluir también el soneto en elogio de fray Pedro de Padilla, por su obra Grandezas y excelencias de la Virgen Señora Nuestra (1587), en la que Cervantes felicita al ingenio precisamente por lo sublime del tema elegido para su libro:
De la Virgen sin par santa y bendita,
digo de sus loores, justamente
haces el rico sin igual presente
a la sin par cristiana Margarita.Dándole, quedas rico; y queda escrita
tu fama en hojas de metal luciente,
que, a despecho y pesar del diligente
tiempo, será en sus fines infinita.Felice en el sujeto que escogiste,
dichoso en la ocasión que te dio el cielo
de dar a virgen el virgíneo canto.Venturoso también porque heciste
que den las musas del hispano suelo
admiración al griego, al tusco espanto[1].
Igualmente, puede traerse a este apartado el soneto dedicado a doña Alfonsa González de Salazar (que comienza «En vuestra sin igual dulce armonía…»), monja francisca que profesó en un convento de Madrid; ella representa «cuanto de bueno y santo el cielo cría» (v. 4), por contraposición a «la infernal caterva» (vv. 6-7); de ella predica el poeta: «vos convertís al suelo en cielo / con la voz celestial, con la hermosura, / que os hacen parecer ángel divino» (vv. 9-11); y más adelante concluye: «Y así conviene que tal vez el velo / alcéis, y descubráis esa luz pura / que nos pone del cielo en el camino» (vv. 12-14)[2].